LA INDEPENDENCIA
La independencia
En la América el movimiento de Independencia comenzó en los años postreros del siglo XVIII y terminó durante las primeras décadas del siglo XIX. De aquella época vivirán para siempre en la historia los héroes como Artigas, Bolívar, Hidalgo, Morazán, O'Higgins, San Maerín, Sucre y Washington. Tambié, en las capitales, ciertas calles llevan los nombres de la fechas famosas que sirven como recordatorios para la ciudadanía actual: el cuatro de julio, el nueve de julio, el veiticinco de agosto, el dieciseis de setiembre, etc. Las celebraciones correspondientes invitan nuestra consideración y contemplación de los grandes eventos que merecen nuestro respeto y profundo agradecimiento.
El hombre busca independizarse de toda clase de tiranía, sea política, social o espiritual. El cautiverio de cualquier índole es indeseable, pero unas "prisiones" son más fáciles de reconocer que otras. Me refiero más que todo al engaño tiránico que muchas veces es auto-impuesto. El proceso es éste: uno elige cierta posición y no la quiere cambiar, no importa la evidencia en contra de ella. Así fue el problema que encontró Jesucristo cuando quiso enseñar a su pueblo judaico hace dos mil años. Ellos se habían engañado a sí mismos, habiéndose conformado a la presencia romana, declarándose "independentes" porque tenían la libertad para manejar sus asuntos religiosos. Aunque anhelaban la venida de un mesías conquistador que restauraría la gloria y el poder del reinado de David, en verdad habían ''vendido'' su libertad por el derecho de mantener unos ritos tradicionales. Lo más triste es que este arreglo engañador les puso en una posición defensiva la cual no podían abandonar: Admitir el engaño hubiera sido una confesión de traición a sus propios valores; por eso se aferraban cada vez más a lo que ellos mismo habían creado--una fantasía traídora, llena de promesas ilusorias. Pero Jesús quiso darles independencia verdadera de la tiranía más cruel, el auto-engaño; he aquí la conversación: "Conocerán verdad, y la verdad los hará libres. Ellos le contestaran: nosotros somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie [para no admitir que eran esclavos de los romanos tal como sus antepasados lo eran de los asirios, los babilonios, los medos y persas, los egipcios, y los sirios]; ¿cómo dices tú que seremos libres?" (Jn. 8:32,33). En fin, no querían enfrentar su propio problema.
La esclavitud de la mente, la emoción y el espíritu propio es una cosa sumamente lamentable. Lo encierra a uno en una posición que no se reconoce como prisión, sino una "protección" de las ideas y enseñanza que son incómodas o desafiantes. Es interesante que el individuo se encarcela a sí mismo, abandonando la libertad de pensar, razonar y aprender; es irónico porque nadie más le puede negar esta libertad. ¡Qué triste que el amante de la independencia se la quiera negar a sí mismo!
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