ENTERRANDO A LOS MUERTOS
Enterrando a los muertos
No hay nada agradable en el proceso de enterrar a un ser qurido ---las emociones desequilibradas, el profundo sentimiento de pérdida, el luto y el dolor prolongado son testigos de la veracidad de esta conlusión. También, ir al cementerio nos hace pensar en nuestra propia mortalidad. Por supuesto, intelectualmente sabemos cuál es el destino de todos, incluyendo a nosotros mismos, pero emocionalmente escogemos ignograr el tema.
La cuestión del entierro siempre ha sido muy volátil y genera reacciones hasta histiles con una sencilla discusión de la misma. Ultimamente la incineración ha llegado a ser un objeto emocional de tales discuciones. El pragmatismo dice "sí" , mientras los sentimientos dicen "no". Probablemente, todo el problema será resuelto no por la polémica sino por un decreto gubernamental. Pero, mientras la autoridad estatal tiene el poder y el deber de legislar en ciertos aspectos, hay otras dimensiones que deben yacer solamente en el preferencia personal de cada familia que pasa por este camino de gran anciedad.
No siempre fue así, pues durante el tiempo colonial la iglesia ejercía un poder inmenso en su cintrol sobre el registro de nacimientos, los casamientos y los entierros. Según el gusto y la decisión del clero, una familia desconsolada tenía que conformarse. La considerable influencia eclesiástica podía deshonrar o alabar, avergonzar o exaltar al difunto. Por supuesto, la actitud clérica fue de mucha importancia para un pueblo cuya vida fue reglamentada de sobremanera por la Iglesia. Y, para colmo de toda maniobra funesta, dicha actitud padía modificarse si fuese política o económicamente factible.
Y el poder eclesiástico solía expresarse aún después del colonialismo; en verdad hay remanentes de esto hasta el día de hoy. Un ejemplo notable se expresa en el caso uruguayo Berro/Vera de 1860. Vera, el vicario apostólico, rehusó el derecho de entierro al masón Enrique Jakobsen. El presidente Berro reaccionó (siendo él mismo masón) y secularizó los cementerios. Luego, fue exiliado el vicario por un tiempo; después, fue restaurado a su puesto bajo presión del Vaticano.
En contraste con todas las maquinaciones del egoísmo humano, consideremos por un momento al hombre cuya muerte es la más importante de todas: 1) El establecimiento religioso estaba en contra de él y exigió su crucifixión. 2) Murió con muy pocas personas amigas presentes. 3) No tenía plata alguna y su única posesión personal llegó a ser el premio para un juego de suerte. 4) No tenía una "asociación" que se encarga de su sepultura, fue enterrado en una tumba prestada de un filántropo. Así la muerte y sepultura de Jesucristo se efectuaron.
Entonces, ¿qué nos enseña todo? La muerte, ¿es ocasión de maniobras egocéntrias o compasión entrañable? Los que sirven como supervisores o guías durante este período doloroso deben tener en cuenta las siguentes consideraciones: 1) No se puede hacer nada ni en pro ni en contra del difunto, pues está en manos del Omnipotente y será juzgado por El (He. 9:27). Lo que hacemos debe ser diseñado para beneficio de los que todavía viven. 2) No es cuestión de comprar la salvación porque Jesús ya nos la compró con su sangre (I P. 1:18,19). 3) No es oportunidad para ejercer podes sino dar ejemplo de sumisión, contrición y entendimiento (Ro. 12:15).
"Pues, cuando nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, a su debido tiempo, murió por los malos. No es fácil que alguien se deje matar en lugar de otra persona. Ni siquiera en lugar de una persona justa, aunque quizás alguien estará dispuesto a morir por una persona verdaderamente buena. Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:6-8).
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