Templaza
Templanza
Para entender la importancia vital del estudio y la enseñanza de la templanza (o el dominio propio), simplemente se debe considerar que el mundo está fuera de control. Cada año en los Estados Unidos se mata a más de un millón de bebés no-nacidos por medio del aborto, ya que dos personas pierden el control sexual y se involucran en relaciones ilícitas. Por otra parte, ya que muchas personas pierden la sobriedad y manejan descontroladamente por las calles públicas, en algunos estados el índice de muerte a causa del manejo en condición etílica casi alcanza el 50% de todas las muertes por accidente de tránsito. En este mundo fuera de control, Dios todavía requiere que el cristiano desarrolle la templanza.
¿Qué es la Templanza?
La palabra griega traducida templanza en Gálatas 5:23 es enkrateia. Esta palabra se traduce en otros versículos como “dominio propio” o “continencia” (e.g., Hechos 24:25; 1 Corintios 7:9). “[O]riginalmente significaba ‘dominio o poder sobre sí mismo o algo’; finalmente llegó a significar ‘control sobre sí mismo’, especialmente de los deseos y acciones personales”. Aunque Pablo usó esta palabra en 1 Corintios 7:9 con relación a los deseos sexuales, como era común en el griego clásico, su aplicación es general en Gálatas 5:23 incluyendo el dominio de todas las pasiones carnales.
La templanza es la salvaguardia ante la tentación; si nos esforzamos por desarrollarla diariamente, evitará que sucumbamos bajo el peso de las tentaciones. Esta virtud del Espíritu no es resultado de debilidad, sino de poder (2 Timoteo 1:7). Sin embargo, la templanza no hace alarde de firmeza en medio de la tentación, ni tampoco ignora el poder seductivo de la tentación; sino reconoce sus efectos esclavizantes y se aparta de ella. Por ende, se puede concluir que la templanza es “la capacidad de contenerse moralmente ante la tentación con el fin de conservar la libertad moral”.
La templanza y el cristianismo
Pablo comparó la vida cristiana con una competencia atlética para obtener una corona. Indicó que el cristiano, como “[todo aquel que lucha [como atleta], de todo se abstiene” (1 Corintios 9:25). La abstinen- cia o dominio propio del cual Pablo habló en este pasaje es la privación de todo aquello que entorpecería la destreza del atleta en la obtención de su meta—no solamente aquellas cosas que son inherentemente ma- las, sino también aquellas cosas que son lícitas pero no “convenientes” (cf. 1 Corintios 6:12).
En su esfuerzo por desarrollar fortaleza física para alcanzar una coro- na corruptible, el atleta evitaría la glotonería, las bebidas embriagantes, las relaciones licenciosas, el horario indolente o cualquier otra actividad que de alguna manera debilitara su resistencia. En cambio, se sometería a una dieta saludable balanceada, un estilo disciplinado de vida y una rutina rigurosa de ejercicios. ¿Cuánto más el cristiano, quien se esfuerza por recibir una corona “incorruptible” (1 Corintios 9:25), debería estar dispuesto a evitar los placeres carnales de esta vida y someterse a una rutina espiritual saludable y estricta? Pablo mismo hizo referencia a su disciplina en el cristianismo:
Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta mane- ra peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado (1 Corintios 9:26-27).
En vez de implicar ascetismo severo, la idea de Pablo es restringir o subyugar (“golpear”) las pasiones carnales por medio de la influencia del Evangelio (9:23). Pablo también lo expresó de esta manera:
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasio- nes desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría;...habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el co- nocimiento pleno (Colosenses 3:5-10; cf. Romanos 6:11-14,19; 12:1-2; Efesios 4:22-24).
Los cristianos deben aprender a dominar sus pasiones, escapando de la “esclavitud del vino” (Tito 2:3), “de concupiscencias y deleites diversos” (Tito 3:3) y “de corrupción” (2 Pedro 2:19). Deben tener en cuenta que, habiendo “sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22).
La templanza, el cristiano y el mundo
El mundo ejerce gran influencia en el corazón humano. Lamentablemente, tal influencia es mayormente negativa. El apóstol Juan advirtió en cuanto a los peligros del mundo, y amonestó a los cristianos a no amar los deleites del mundo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16).
Los deseos de la carne es todo aquello que apela al apetito carnal o animal. Los israelitas sucumbieron a este tipo de tentación cuando se “sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar” (1 Corintios 10:7; cf. Éxodo 32:6). El diablo trató de tentar a Jesús por medio de los deseos de la carne cuando le propuso que convirtiera piedras en pan (Mateo 4:3).
Los deseos de los ojos es todo aquello que apela a las demandas insaciables de la vista (Eclesiastés 1:8). Eva (Génesis 3:6) y Acán (Josué 7:21) sucumbieron a este tipo de tentación cuando codiciaron lo prohibido. El diablo trató de tentar a Jesús por medio de los deseos de los ojos cuando “le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:8-9)
La vanagloria de la vida es todo aquello que apela a la jactancia, arrogancia, orgullo o soberbia. Los israelitas sucumbieron a este tipo de tentación cuando “fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon tus mandamientos [de Dios]” (Nehemías 9:16). El diablo también trató de tentar a Jesús por medio de la vanagloria de la vida cuando “le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo” y le sugirió que desafiara a Dios (Mateo 4:5-7).
Hay muchas cosas que no podemos (y nunca podremos) controlar en el mundo. Por eso, es importante que el cristiano aprenda a controlarse a sí mismo.
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