Mαnsedumbre
Mansedumbre
¿Cuál es la primera idea que viene a su mente cuando escucha la palabra “mansedumbre”? ¿Tal vez “suavidad”, “humildad”, o tal vez “debilidad”? Hablando generalmente, la gente asocia “mansedumbre” con “debilidad”. Incluso una de las definiciones que el Diccionario Merriam- Webster ofrece para la palabra “manso” es “deficiente en espíritu y valentía”.Ya que se la asocia con la cobardía y la falta de carácter y motivación, la mansedumbre ha llegado a ser una virtud poco deseada, incluso en el cristianismo.
¿Qué es La Mansedumbre?
Prautes es la palabra griega que se traduce “mansedumbre” en Gálatas 5:23. Hace referencia principalmente a la actitud humilde, modesta y sumisa ante Dios. “Es aquella disposición de espíritu con la que aceptamos sus tratos con nosotros como buenos, y por ello sin discutirlos ni resistirlos”. A diferencia del punto de vista común, la mansedumbre no tiene que ver nada con la debilidad, sino “es resultado de poder”.
El griego clásico nos ayuda a entender adicionalmente el significado de esta palabra. Se usaba praus (adjetivo “manso”) para hacer referencia a “una brisa o voz suave”. Por ende, la mansedumbre es la característica de aquellas personas que tienen acciones “refrescantes” y palabras “dulces”. Por medio de sus acciones benignas, los mansos “refrescan” al espíritu cansado, y por medio de sus palabras apacibles, “endulzan” al espíritu enfurecido.
Praus también se usaba para hacer referencia a “una bestia que ha sido domesticada. El caballo que anteriormente era salvaje pero que ha llegado a ser obediente al freno y la brida es praus”. Este uso descarta cualquier relación entre la mansedumbre y la debilidad. Se domestica a un animal salvaje con el fin de producir control, no debilidad. El caballo no llega a perder su fuerza debido al proceso de domesticación; su fuerza todavía es “in- timidante”, “el soplido de su nariz es for- midable”, y “con ímpetu y furor escarba la tierra” (Job 39:19-24). En cambio, ha llegado a ser “manso”, es decir, ha llegado a aprender a controlar su fuerza de una manera útil.
Jesús es el ejemplo supremo de mansedumbre para el cristiano. Él amonestó a Sus seguidores, diciendo: “[A]prended de mí, que soy man- so y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Su entrada “triunfal” a Jerusalén se caracterizó por Su mansedumbre (Mateo 21:5). Y Pablo hizo referencia a la “mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Corintios 10:1). Debido a la excelencia de Su mansedumbre, Jesús pudo tener una vida carente de toda actitud arrogante y orgullosa (Zacarías 9:9), pudo someter obedientemente Su destino a la voluntad del Padre (Lucas 22:42; Juan 10:18) y pudo re- sistir el oprobio cruel e inhumano (Hebreos 12:2). Pedro lo expresó de esta manera:
Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente (1 Pedro 2:21-23).
La vida de Jesús es prueba adicional de que la mansedumbre no se relaciona con la debilidad. Jesús, el Hijo de Dios, tuvo (y tiene) poder ilimitado (Isaías 9:6). Durante Su ministerio terrenal, demostró Su poder sobre la enfermedad (Mateo 4:23), la naturaleza (Mateo 8:27), la muerte (Juan 11:43-44) e incluso el reino espiritual (Mateo 8:16). Ciertamente, Él es el hombre “más fuerte” de Lucas 11:22; pero una de sus cualidades principales es la mansedumbre. Por tanto, en vez de ser una característica de los débiles, la mansedumbre es la virtud de los fuertes.
“Bienaventurados los Mansos”
Si la mansedumbre realmente es poder bajo control y una virtud de los fuertes, entonces, con mucha razón, “bienaventurados [son] los mansos” (Mateo 5:5). Y aunque pareciera que la mansedumbre es una característica innata de algunas pocas personas, realmente es una virtud que cada cristiano guiado por el Espíritu Santo puede y debe producir y desarrollar (Gálatas 5:23). Así como un caballo salvaje que aprende a controlar su fortaleza por medio de la domesticación, el cristiano puede aprender a controlar su carácter irascible por medio de la “domesticación” divina. Considere algunos ejemplos.
El Antiguo Testamento destaca a Moisés como un hombre “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3). Esta es una descripción exacta de la tercera parte de la vida de este líder judío. Pero sin duda, Moisés también tuvo que aprender la mansedumbre. Durante los años que apacentaba las ovejas de su suegro (Éxodo 3:1) y atestiguaba continuamente la docilidad de tales animales (Isaías 53:7), Moisés pudo haber adquirido una percepción más profunda de la clase de mansedumbre que Dios requiere. Dios también le dio algunas lecciones personales de reverencia, humildad y sumisión (Éxodo 3:5; 4:14-17,24-26). Solamente cuando Moisés hubo recibido la “domesticación” necesaria para producir mansedumbre, Dios pudo usarle para dirigir a un “pueblo rebelde y contradictor” (Romanos 10:21).
En el Nuevo Testamento, Pedro es un buen ejemplo de la manera en que debemos aprender y desarrollar la mansedumbre. Inicialmente, el apóstol recién escogido carecía de la característica mansa necesaria y el control adecuado de sus impulsos. Esta deficiencia le guió a jactarse de su fidelidad en Jesús (Marcos 14:29,31), promover la voluntad del enemigo (Mateo 16:22-23) y agredir físicamente a su prójimo (Juan 18:10). Pero después de algo de tres años de “domesticación” intensa a los pies del Buen Pastor (Juan 10:11), Pedro aprendió a obedecer firme- mente los mandamientos del Señor (Hechos 4:19), aceptar sumisamente la voluntad de Dios (Hechos 11:17) y recibir humildemente la corrección (Gálatas 2:11-21).
Así como los siervos de Dios en la antigüedad, el cristiano debe aprender y desarrollar la mansedumbre. Así como un animal salvaje puede ser útil para su amo después de haber sido domesticado, el cristiano puede llegar a ser de gran utilidad espiritual si se somete a la “domesticación” divina. A veces, este proceso puede ser doloroso y difícil (Hebreos 12:3-11; Santiago 1:2-4), pero si soportamos la disciplina, el Señor promete que “juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra” (Isaías 11:4).
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