LA CORTESIA Y LA COMONIDAD
LA CORTESIA Y LA COMONIDAD Un día, sentado en el ómnibus, estaba casi dormido cuando de repende el sueño se me fue la abrupta frenada y el consiguientente arranque violento del pobre y viejo aparato. (Parece que unos choferes se complacen sacudir a los pasajeros, dejando justamente un poco de tiempo en el cual la gente sube y baja.) Durante esta pausa, abordaron dos vejitas, obviamente cansadas. Como yo no pude escapar a la mirada de una, decidí darle mi asiento. Sus ojos me traspasaron la conciencia de buena educación como una saeta tirada del arco de un fantasma de tiempos pasados, más formales y gentiles. Me paré al lado de la otra y fijé la mirada conatoria en el hombre que se mantuvo sentado aunque yo había provisto un ejemplo perfeto de la ética del transporte público. El objeto de mi desdeño respodií, primero con su propia mirada defenciva y después con estas palabras: "Puedo ver que has concluido que en este país no hay muc